Cafés de Madrid, el origen

Podemos decir, sin faltar mucho a la verdad, que los primeros cafés madrileños surgen como tales alrededor de 1800, o mejor hacia 1808. Aquellos momentos de cambios políticos y sociales que se vivieron por entonces favorecieron el florecimiento de los cafés.

El café más famoso de esa época fue sin duda La Fontana de Oro, situado en la esquina de la calle de Victoria con la carrera de San Jerónimo, y que inmortalizó en la novela del mismo nombre Don Benito Pérez Galdós.

Cafés famosos de esos años fueron entre otros, el Lorentini en plena Puerta del Sol, entre las calles de Espoz y Mina y la de Carretas. Fue famoso por su patio con cubierta acristalada, donde se reunían los politicos liberales del momento. También muy conocido era el Café de La Alegría, en la calle de Abada, con su no menos famoso billar y punto de encuentro de los extranjeros en Madrid. En la céntrica plaza de Santa Ana abrían sus puertas el de Los Gorros o el de La Nicolasa, así como El Príncipe, ubicado en la planta baja de una casa de dos pisos. De El Príncipe escribió Mesonero Romanos que era "el más destartalado, sombrío y solitario" de los cafés que existian hacia 1830 en Madrid. Reformado en 1848 por él pasarían: Larra, Moratín, Campoamor y Zorrilla entre otras muchas celebridades de las letras españolas. Centro de reunión de la conocida Partida del Trueno, grupo formado entre otras personalidades por Espronceda y Ventura de la Vega, quienes bautizaron el local con el nombre de El Parnasillo.

El famoso Levante estaba situado en el número cinco de la calle Alcalá, frente al Hospital del Buen Suceso. Pronto tuvo que cerrar sus puertas por las reformas de la Puerta del Sol. Como dato curioso es preciso señalar que El Levante decoró su portada hacia el año 1840 con un cuadro de Leonardo Alenza, que reflejaba una escena del interior del cafe. El cuadro fue trasladado al café que se abrió temporalmente en la calle del Prado hasta volver a su primitivo enplazamiento una vez finalizadas las obras del ensanche de Sol. Del cuadro se conserva un dibujo en el Museo Municipal.

Los cafés de Madrid no gozaron de mucha fama entre los visitantes foráneos, sobre todo los extranjeros. En 1840 Gautier sostiene que los cafés madrileños comparados con los de París, parecen más unos merenderos por sus servicios y unas barracas de feria por su decoración.

Serán los años siguientes cuando comienza la epoca de mayor desarrollo cafetil de Madrid. Los setenta cafés censados en 1847 prontamente son superados en número y sobre todo en la calidad de los servicios que prestan a sus clientes. Los más lujosos incorporan billares y contratan hasta pianistas.

De estos destaca El Suizo, en la esquina de Alcalá con Sevilla, que tuvo desde su fundación el privilegio de poder cerrar más tarde que el resto de los cafés de Madrid. Ampliamente reformado en el año 1863, fue centro de reuniones de médicos, abogados y financieros. Por las tardes eran habituales las señoras de la burguesia madrileña que acudían a tomar el exquisito chocolate con picatostes, que allí se servía. Entre sus últimos clientes y ya en la decadencia del local, Don Ramón y Cajal fue uno de los más fieles.

En 1860 la prensa madrileña señalaba que por cada taberna que se cerraba se abrían dos nuevos cafés. Por estos años comenzaron a surgir los llamados cafés teatros y los "café chantant". La mayoria de ellos se ubicaron en torno de la Puerta del Sol. Muchos de ellos han sido protagonistas de la historia de Madrid y sus mesas han sido testigo de las más famosas discursiones o de los más creativos discursos pronunciados por los más famosos contertulios del momento.

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